He disfrutado muchísimo de este libro. Para mí empieza a ser cada vez más la tendencia necesaria, mía como lectora y de las escritoras, de la vuelta a lo esencial, a lo hablado y al barro también en las novelas y también en la ficción.

Se nos ha intentado introducir la literatura como algo puro y bello por su forma de alta literatura cuidada exenta de coloquialismos y alejada del lenguaje real que nos atraviesa. Sin embargo este libro es una torta más en el que su autora consigue alcanzar las expresiones más bellas del amor, de un primer amor cuando estás entrando en la adolescencia, que he leído y lo hace sin ningún decoro, pero directa y honesta.

En este libro se ve lo que realmente compartimos en las relaciones interpersonales, la inocencia que se pierde de distinta forma y nunca ordenada en la preadolescencia y la intimidad. La forma que tiene de describir el vínculo y los sentimientos entre las dos chicas que forman esta obra es de lo más bonito que he leído. Todo esto junto a una reivindicación de la identidad rural con miles de expresiones habladas y referencias a un entorno muy concreto con una realidad muy concreta. Habla de relaciones y de alcanzar la adolescencia, pero también muestra el clasismo que sucede en las regiones alejadas del centro o turísticas. Una historia que te deja un nudito en el pecho.
Su estilo narrativo también es para destacarlo, ya que está llenito de ritmo que arrastra basado en una palabra muy oral.

Es de esos libros que consiguen que te sientas identificada por las esquinas sin haber vivido lo que ellas, sin haber vivido donde ellas y sin haber sido ellas, porque poseen ese toque humano que nos conecta a las personas y da voz a dos niñas, dos adolescentes.