Llegué a este libro sin saber absolutamente nada de él: desconocía que el autor, hijo de misioneros escoceses, nació en Japón, o que pasó tres años en un campo de prisioneros japonés durante la Segunda Guerra Mundial. No sabía tampoco que la primera edición de «El árbol del jengibre» se publicó en 1977. Quizás por eso me sorprendió tanto el retrato que Oswald Wynd hace del pueblo japonés a través de los ojos de su protagonista, Mary Mackenzie. Ella, como el árbol de jengibre de su jardín, resiste todas las vicisitudes que le envía la vida, con un espíritu emprendedor que poco se le intuía al inicio de la novela, cuando se narra su travesía a bordo del vapor que la lleva a China para casarse.

La narración epistolar hace difícil que nos encariñemos con el resto de personajes, y tampoco me ha resultado fácil interesarme por las aventuras de la segunda mitad de la novela, donde en unas pocas páginas transcurren cuarenta años de la vida de la protagonista. Y, pese a ello es esta una buena novela, con un muy buen capítulo final y llena toda ella de sorpresas. Es un viaje por Oriente y por las primeras décadas del siglo XX.