Editorial Dunken tiene toneladas de libros que nacieron muertos con un impulso inicial cuya energía brota única y exclusivamente del bolsillo de los autores. Como en la naturaleza, algunos de ellos sobreviven y prosperan, mientras la gran mayoría muere ahogada entre las novedades del año, o, como mucho, del año siguiente.

Pero si hay algo que Editorial Dunken no tiene, es amor propio.

Cuando se edita un libro con posters a todo trapo con el nombre de la editorial en la parte inferior (como una justificación de lo que vamos a encontrar dentro), se debería por lo menos tener la delicadeza de contratar a un corrector previo a las pruebas de galera. Sin embargo, la impunidad de una editorial a la que no le importa realmente la literatura y mucho menos los escritores sino lo que llevan en los bolsillos sintetiza la publicación de un libro a un plan de pagos, enredando muchas veces las ilusiones de escritores nobeles en un juego donde se les pedirá dinero miles de veces.

No me voy a centrar en la historia y el argumento del libro. Diré nomás que es tan malo que es bueno, y que me reí muchísimo, aunque no creo que aquella haya sido la intención inicial. Sin embargo daré dos consejos a la autora, ya que, con nuestras diferencias, los dos hemos tratado de meter la nariz en el mercado editorial:

-No te dejes robar.
-Si querés ser escritora, cambiá de piedra angular. Dejá a Stephanie Meyer, y conseguite un amigo o amiga que te pueda guiar mejor.